Sabor del agua

Todos los niños, al nacer, tienen la habilidad de comunicar sus sabores preferidos. Cuando le damos un líquido dulce, por ejemplo, en lugar de agua, los bebés succionan más tiempo y con menos pausas, dando así a entender sus gustos. A las cuatro meses empiezan a aceptar el sabor salado, lo que indica que ya están preparándose para los alimentos más sólidos.

Seguramente, muchos de nosotros hemos escuchado en alguna ocasión decir a un amigo o familiar que el agua resulta demasiado aburrida, sosa o insípida.

Probablemente, por esta evolución de la percepción de los sabores, de adultos el agua nos parezca poco o nada sabrosa. Y es lógico, pero tiene solución. Aún podemos sentir y mejorar el gusto por el agua. ¿Cómo lo hacemos?

Lo primero que hemos de saber es que el sabor del agua depende de la fuente de la que se extraiga. No es lo mismo beber agua del grifo, un agua tratada donde con frecuencia se pueden percibir los agentes químicos que intervienen en su tratamiento como por ejemplo, el cloro, que beber agua de pozo o destilada (no recomendada para el consumo). Asimismo, los filtros por los que pasa el agua también le aportan matices a su sabor. También cambia el sabor cuando se trata de agua de manantial o mineral, o si se trata de agua embotellada.

Aportando sabor extra al agua

Además de los diferentes sabores que podemos notar en los casos descritos anteriormente, también tenemos la posibilidad de añadir sabor a nuestro gusto. Por ejemplo, añadiendo un poco de limón, refrescándola con hojas de menta, o bien colocando mitades de fresa y dejándolas reposar un rato.

Otra técnica muy común es prescindir de otras bebidas durante un tiempo. De esta forma, empezaremos a apreciar el sabor del agua por la ausencia de otros sabores más contundentes.

Por último, asociar el consumo de agua con momentos agradables hará que tomemos conciencia de un buen sabor y nos resulte más agradable a la hora de beber.